jueves, 26 de enero de 2012



Los extranjeros se asombran cuando van aterrizando en el DF y ven que el aeropuerto se encuentra en la mitad de una mancha urbana envuelta en un cielo gris. Las caras de susto van colgando de gringos, gachupines o alemanes. Es la bienvenida a una ciudad donde nada es "como suele ser".

Sus más de 20 millones de habitantes se han ingeniado la forma de cohabitar en un ombligo que se está expandiendo sin medida. Y eso genera una serie de necesidades que a su vez generan lugares, actividades y culturas tan diversas y extrañas que después de conocerlas, pensar en aterrizar a lado del Circuito principal de la capital no sería algo de qué asombrarse.

Hace unas semanas aterricé por mera casualidad (aunque mi profesor de filosofía decía que la casualidad no existe) en un museo sumamente particular. Resulta que hace cinco décadas un mexicano de origen japonés, comenzó a vender juguetes en un local de la colonia Doctores. Roberto Shimizu no vendió todos los juguetes que había importado, la mayoría, desde Japón, pero sí vio algo que los demás no vieron en ellos y les dio un valor de colección.

Luego de 50 años y más de 1 millón de juguetes acumulados, esta colección se ha convertido en la más grande de México. En sus vitrinas que sólo exhiben el 1 por ciento de la colección completa se ven Barbies, luchadores, Pique, Titinos... Es una crónica en tercera dimensión de la infancia de los mexicanos.